Se acerca la tarde. Aquí hace brisa fresca de poniente. Después del día intenso de calor, se agradece un poco de esta pausa viendo caer el sol.
Ahora no tengo nada más que hacer que mirar el horizonte, con el sol de cara, encendido, pero ya no ardiente. Su fulgor se ha transformado en seda, en calor terciopelo, mientras empieza a hundirse en el mar azul marengo.
Solo son unos minutos, largos, menos de una hora mágica que abre la puerta de los sueños. Donde una caricia multiplica su valor, llegando a lo más profundo del corazón.
Aunque alrededor siguen jugando sin parar, siguen las conversaciones en tonos de compartir, eres capaz de concentrar tu alma en la caída al mar del día, hasta el punto de silenciar el momento como si fuera una fotografía, una cinta de película muda.
Daría mi vida por tus pensamientos.
Toda la vida en la emoción serena de un sueño, de una historia de cuento, de un cuento que termina en la noche, en un suspiro de amor.
El último banco para mirar caer el sol que me regaló esa historia, lo tengo bien guardado en mi corazón.
