——- (de mi pequeño universo en Badajoz – Extremadura)
Y de todo esto tengo memoria. Y testigos.
Otoños lluviosos benditos, corriendo para llegar a la sesión del Conquistadores y también en el Menacho, para salir con tiempo de regresar a casa sin regaños.
A veces refugiados en la cocina del bar Nuevo, o en los vermuts de los Canecos, desayunos en la Guardia Civil y después, a la tarde, a la Casa del Pueblo del PC ¿clandestino?.
También en los ensayos, en casa de Arni, o de Mundi, grabando una casette con Quique.
En los primeros ensayos en los bajos de Salesianos y luego en el local del Casino con los Tramp, y su primer concierto en aquel Come Together de José Luis, que no olvidaré.
Alucinando con los arpegios y punteos de Rafa, los discos que conseguía Nacho, siempre jugando, siempre creciendo.
En la improvisada disco del último piso, con DJ Chiqui, llevando entre todos los discos y echar una tarde entera.
Pasando el “scaner” de la mirada complaciente de Carmelo, de uniforme a la puerta en la calle del Obispo…
Y los guateques en el sótano de Javier Antonio. Su guitarra acústica era la mejor. Y su pequeña Puch súper transformada, y que luego vendió a Calata…
Y llover y llover, y correr hasta el conservatorio a esperar sentados en la escalera.
Que llueva, que llueva, y nos moje hasta las muelas, encerrados en el cuarto más pequeño, que era el de Claudio, aprovechando que estaba fuera estudiando derecho. Y allí amontonados en el rincón del tocadiscos, tan contentos.
Después vinieron otros otoños que también los tengo frescos. Pero sería largo de contar.
Con los primeros vientos y sus rachas frías que anuncian que en breve el verano se acabó.
Si quiero preservar mis más lindos tesoros, he de arrastrarlos adentro de la cristalera, y rogar que se adapten al encierro, con toda la luz de fuera y el calor de dentro.
¿Y el amor? Para mi no hay amor de invernadero. Prefiero el aire frío en la cara, mojarme corriendo por la acera, sentarme en el remanso de una escalera, ir al cine el día más emboscado, y volver a casa con los zapatos mojados y el corazón henchido.
——- (de mi pequeño universo en Badajoz – Extremadura)
En mitad de la noche, paralizado en mi cama. Un pequeño grupo de figuras etéreas a mi alrededor. Son tall grays que susurran entre ellos:
Señor. No quiere salir. Está aferrado a su familia, a sus hermanos y sus padres. Nunca los abandonará. Aquí se siente feliz y seguro.
Habla con él. Explícaselo. Lejos será libre, crecerá sin complejos, sin cargas. Y si se niega, sácalo a rastras, escaleras abajo hasta la puerta, que la dejé abierta a la noche. Y allí nadie escuchará sus gritos, ni sus suplicas. Nadie vendrá en su ayuda. Tendrá que luchar solo con todas sus fuerzas si no quiere perderse para siempre en la oscuridad.
Me tomaron por los tobillos y me arrastraron escaleras abajo, hasta el zaguán. Intentaba gritar, pero no salía sonido alguno de mi garganta. Bajando el último tramo de escalones vi la puerta de casa abierta. Hacia afuera nada se veía. Y el viento agitaba las copas de los árboles grandes de la explanada.
Luchaba extenuado, muerto de miedo. En el momento final, me zafé de su agarre y mi espíritu voló escaleras arriba, a recuperar el cuerpo tendido inerte en la cama, empapado en sudor y lágrimas.
Ese verano estalló la guerra entre árabes e israelíes. Horrorizado, me juré que me pondría en medio de la batalla para poner fin a esa masacre, “Nadie dispararía a un niño”.
Tenía siete años. Fue en octubre. En la casa de los maestros. Nunca le conté nada a nadie.
Un once de mayo radiante. Y a pesar, la brisa viene fría, de lluvia. En el paseo un bebe en su silla no para de sonreír y me sigue con su mirada curiosa. El gato gris de la esquina me espera y ronronea acariciando su cola en mi pierna. La furgoneta amarilla, que llamo y me llama a Marta, aparcada en la otra esquina. La playa más desierta, más bonita. Me lo llevo para el recuerdo de mi paso al fin.
De mi infancia primera, de vez en cuando, me viene recuerdos muy frescos, sin avisar. Aparece la calle San Blas. Un gran zaguán con una escalera imperial, que se va estrechando según se sube de planta. En la última, la casa de mi abuela. Un pasillo largo me lleva, dejando al lado la pequeña cocina donde me espera siempre con una sonrisa abierta la tía Sacra, hasta una sala grande, con la mesa de despacho, el bastón y el sombrero del abuelo; y dos balcones a la calle, por donde se cuelan con fuerza las campanas de la Catedral. Música nueva para mi, que se impone al paso de coches y personas, calle abajo, hacia la plaza de San Andres. Y asomarme a ver la maniobra imposible del autobús para entrar con parsimonia en el garaje de la esquina con calle Arco Agüero. Sin perder detalle, observar lleno de curiosidad, parado el poco tráfico, mirando con paciencia cada movimiento, adelante y atrás, hasta conseguir entrar en el cocheron. Tambien el recuerdo de acompañar a la Tita Sacra, de la mano, a comprar huevos, y a la frutería de calle Lopez Prudencio, casi en la esquina de Las Carmelitas (esa casa de fachada sin ventanas a la calle), donde cogíamos verdura fresca y alguna pieza de fruta. Y tres plátanos. Y al rato, otra vez esas campanas 🔔 , mientras volvíamos a casa, cogido de la mano cariñosa de Sacra. Definitivamente la casa de la abuela era de campanas.
Bueno chicos
Esta historia se acabó
Por fin
Y ahora que todo se acaba
todo sigue, como si nada,
como el aire.
No opongas resistencia,
no luches si no vas a ganar,
saluda al sol.
Deja pasar este momento
y que llueva de nuevo
lagrimas y risas.
Soy el pasado definitivo.
Esta historia se acabó.
Con amor. Adiós
Inició un camino oscuro y frío
hacia donde nadie fue jamás
alejándose de ti,
de tu calor y tu amor.
Y ese sendero incierto
es el que debo recorrer
en medio de recodos
llenos de peligros enormes.
De fuerzas que me invitan
a abandonar todo lo que quiero,
a dejarme caer los brazos,
a rendirme sin condiciones.
El abismo está ahí mismo.
A solo un paso dispuesto
para elegir ese salto
que promete liberarme.
Nunca fui cobarde así,
pero en este momento,
rodeado de tanto rechazo
¡Que sentido tiene resistir!
Se que debo seguir.
Una sola llamada
inclinará el sentido de mi marcha,
aferrado a ti y a la vida.
Liberado de esta lucha.
Cayendo al abismo.
En cualquier caso,
el fin.
Y gritó en silencio
hasta dolerme el alma.
Resisto con fuerza,
teniendo la duda en calma.
Todo terminará en este camino.
Todo dejará de doler en este tramo.
Y será el colmo de mis ruegos.
Contigo o nada, amor.
En ese banco vacío
del paseo desierto
amanecido,
la cita finalizó.
Interminable mi amor.
Vacío todo sin ti.
Es imposible vivir
si no estoy frente a tus ojos.
A veces siento latir
despacio mi corazón.
Y creo que voy a morir.
Morir de amor.
Solo si estás junto a mi
tiene sentido la voz
que me suena dentro
diciéndonos que terminó.
Buscándote
en el infinito final
del horizonte del mar
que tengo hoy frente a mi.
A un paso de vivir.
A un paso de morir.
A un paso de no se.
A un paso de saltar.
A un paso de subir.
A un paso de llegar.
A un paso nada mas.
El amor es la fuerza
que une personas distintas.
Es la magia que hace
desaparecer el miedo.
Es la fuerza que mantiene
alejadas a las estrellas,
y mueve el agua del mar
en olas hacia la playa,
y las devuelve otra vez al mar.
Sin amor estás a un paso.
A un paso de parar.
A un paso de perder.
A un paso de volver.
A un paso de ti.