De mi infancia primera, de vez en cuando, me viene recuerdos muy frescos, sin avisar.
Aparece la calle San Blas. Un gran zaguán con una escalera imperial, que se va estrechando según se sube de planta.
En la última, la casa de mi abuela. Un pasillo largo me lleva, dejando al lado la pequeña cocina donde me espera siempre con una sonrisa abierta la tía Sacra, hasta una sala grande, con la mesa de despacho, el bastón y el sombrero del abuelo; y dos balcones a la calle, por donde se cuelan con fuerza las campanas de la Catedral. Música nueva para mi, que se impone al paso de coches y personas, calle abajo, hacia la plaza de San Andres.
Y asomarme a ver la maniobra imposible del autobús para entrar con parsimonia en el garaje de la esquina con calle Arco Agüero. Sin perder detalle, observar lleno de curiosidad, parado el poco tráfico, mirando con paciencia cada movimiento, adelante y atrás, hasta conseguir entrar en el cocheron.
Tambien el recuerdo de acompañar a la Tita Sacra, de la mano, a comprar huevos, y a la frutería de calle Lopez Prudencio, casi en la esquina de Las Carmelitas (esa casa de fachada sin ventanas a la calle), donde cogíamos verdura fresca y alguna pieza de fruta. Y tres plátanos.
Y al rato, otra vez esas campanas 🔔 , mientras volvíamos a casa, cogido de la mano cariñosa de Sacra.
Definitivamente la casa de la abuela era de campanas.
Categoría: Ayer
Adiós
Bueno chicos Esta historia se acabó Por fin Y ahora que todo se acaba todo sigue, como si nada, como el aire. No opongas resistencia, no luches si no vas a ganar, saluda al sol. Deja pasar este momento y que llueva de nuevo lagrimas y risas. Soy el pasado definitivo. Esta historia se acabó. Con amor. Adiós
Al final, contigo
Inició un camino oscuro y frío hacia donde nadie fue jamás alejándose de ti, de tu calor y tu amor. Y ese sendero incierto es el que debo recorrer en medio de recodos llenos de peligros enormes. De fuerzas que me invitan a abandonar todo lo que quiero, a dejarme caer los brazos, a rendirme sin condiciones. El abismo está ahí mismo. A solo un paso dispuesto para elegir ese salto que promete liberarme. Nunca fui cobarde así, pero en este momento, rodeado de tanto rechazo ¡Que sentido tiene resistir! Se que debo seguir. Una sola llamada inclinará el sentido de mi marcha, aferrado a ti y a la vida. Liberado de esta lucha. Cayendo al abismo. En cualquier caso, el fin. Y gritó en silencio hasta dolerme el alma. Resisto con fuerza, teniendo la duda en calma. Todo terminará en este camino. Todo dejará de doler en este tramo. Y será el colmo de mis ruegos. Contigo o nada, amor. En ese banco vacío del paseo desierto amanecido, la cita finalizó.
Buscándote
Interminable mi amor. Vacío todo sin ti. Es imposible vivir si no estoy frente a tus ojos. A veces siento latir despacio mi corazón. Y creo que voy a morir. Morir de amor. Solo si estás junto a mi tiene sentido la voz que me suena dentro diciéndonos que terminó. Buscándote en el infinito final del horizonte del mar que tengo hoy frente a mi.
Vida a un paso
A un paso de vivir. A un paso de morir. A un paso de no se. A un paso de saltar. A un paso de subir. A un paso de llegar. A un paso nada mas. El amor es la fuerza que une personas distintas. Es la magia que hace desaparecer el miedo. Es la fuerza que mantiene alejadas a las estrellas, y mueve el agua del mar en olas hacia la playa, y las devuelve otra vez al mar. Sin amor estás a un paso. A un paso de parar. A un paso de perder. A un paso de volver. A un paso de ti.
Mechiiii !
Ese grito de cariño, en la voz de mi madre, abría una subida de cinco o seis tramos de escalera hasta el segundo piso, donde nos esperaba ya, asomada a la barandilla, mi tía Mercedes en los años setenta a ochenta.
Siempre con su sonrisa abierta.
Una mujer menuda que se hace gigante según te acercas a su corazón.
Conmigo fue especialmente cariñosa. Y os aseguro que le correspondo a corazón abierto también.
Me alimentaba el alma visitar a mi abuela Engracia, mi madrina, en su casa, y a mi tía enteramente dedicada a su atención y cuidado.
El ratito en el balcón con persiana, desde el que podía ver la rotonda de la plaza Reyes Católicos, con sus árboles enormes, que casi podía tocar desde allí. Y la Puerta de Palmas y el Puente Viejo.
Y su interés porque le llevará a casa a mi novia, siendo ya mozos.
La imponente planta del tío Manolo a su lado.
Siempre he sentido orgullo y admiración por ella, superándose ante cada adversidad, y en su vida han sido de máxima dificultad, sin perder esa sonrisa que adoro. Es guapísima.
De su talento cosiendo y bordando, ha echo su virtud y su manera de defenderse, cumpliendo con plazos cada vez más exigentes.
Me alegro de haberle presentado a la gente que demandaba artesanía de costura, que dio salida a su talento y ayudó a colmar los apuros. Siempre con alegría, siempre con humildad.
Es enorme el cariño y la admiración que le tengo a mi tía más pequeña, de las Piriz una grande.
Joaquin Costa
Joaquin Costa (1846 – 1911) fue un jurista, historiador y erudito, que soñó con reformar España para acabar con la corrupción, promover el desarrollo y acercarla a Europa. Quizás por eso nadie se ha atrevido, hasta la fecha, a cambiar el nombre a las calles que tiene nominadas por toda España.
La que a mi me interesa, en mis recuerdos desde la mirada de bajito de siete u ocho años, donde todo me parecía fascinante y enorme, está en Badajoz, junto a la Puerta de Palma. Y corre junto al lienzo de muralla que arranca de ella, a un lado del río, en dirección a la Puerta de Carros de la Alcazaba.
Allí nací, en casa de mi abuela Engracia, mirando de frente Puerta Palma, la muralla y el “cuatro”, donde tantas veces jugaron mis tíos y mi madre.
De esa casa del segundo piso siempre recordaré como al entrar en el zaguán gritábamos “abrir” a través del hueco de la escalera para anunciar la visita a tía Mechi.
Desde su balcón con persiana miraba con curiosidad las calles, la gente y algún que otro coche que circulaba en la calle o en la plaza.
Siempre me llamó la atención los enormes árboles de la Plaza que daban sombra y un poquito de frescor en verano. Siempre con gente, con bullicio, a veces llena de autobuses de portugueses que venían, especialmente a la feria de San Juan, a finales de junio, recién comenzado el verano.
Y el trasiego de familias gitanas hacia el Convento; ellas con sus enormes faldas hasta los pies, superpuestas unas encima de otras, y su delantal; ellos vestidos de negro y sombrero, con una vara en la mano.
En la misma calle Joaquin Costa, en el número 22, visitaba a mi tía Nana. Una casa con un enorme cocherón que abarcaba casi por completo la fachada, dejando justo el espacio para la puerta de acceso a las viviendas del primer piso.
Me quedaba extasiado mirando las maniobras del gigantesco camión de mi tío Joaquin, cargado de sal, entrando por ese portón. Casi no cabía.
Cuando el camión estaba de viaje, la cochera me parecía mucho más grande. A veces tenía aparcados unos isocarros rotulados con “legia Romo” preciosos, y nos dejaba subir en ellos y jugar a conducirlos, moviendo con esfuerzo sus manillares y saltando en los asientos, simulando que estaban en marcha.
En un lateral tenía mi tío una pequeña oficina de mamparos de madera y cristal, con una ventanilla para despachar los pedidos y cobrar. Me gustaba bajar allí con él. Lo tenía todo ordenado, con sus carpetas de anillas, y las azules y rojas de cierre con goma elástica. Su lapicero ordenado, el tampón con el sello, y la goma de borrar. Y una fotografía grande enmarcada de su camión de tres ejes.
Me encantaba como explicaba todo con paciencia y complacido por mi interés.
Al fondo del garaje tenía ordenado un banco de trabajo con herramientas y un pequeñísimo patio con un lavadero. En esta zona siempre acababa perdido de grasa, pero la curiosidad por coger las herramientas y probarlas me superaba. Antes de subir a la casa, me sacaba una pastilla de jabón y estropajo para lavarnos bien las manos, supongo que preocupado por aliviar la pequeña regañina que nos esperaba arriba.
A la casa subíamos por un acceso a la escalera y estaba en el primer piso. Empezaba con un larguísimo pasillo con varias curvas, que daba acceso a los dormitorios a la izquierda y el baño y la cocina a la derecha, desembocando finalmente en la sala. Al fondo de la sala, una gran estantería, donde alguna vez, uno de mis primos más pequeños que yo, trepaba como si fuera una escalera, con el miedo y disgusto de sus padres. Una proeza de atrevimiento, para mi.
Desde la ventana de la cocina, a través del patio, mi tía Nana nos avisaba de la comida, si estábamos en el garaje.
El pasillo era un desahogo para los niños. Era ancho y largo. Allí jugábamos correteando, o puestos de rodilla, unos enfrente de otros, pasando la pelota verde que te daban con los zapatos “Gorila”, en un torneo interminable (Quizás preconizó el juego Air-Hokey de las salas de juego).
Nosotros vivíamos bastante lejos, junto al nuevo hospital. Pero los sábados por la mañana, no tenia ninguna pereza en ir con la bici o caminando para ver a mis abuelas y acabar en casa de tía Nana.
Aún todavía los echo de menos.
Pájaros
Como un pájaro de perfil en un tejado Al fondo amanece con rabia Subido en la veleta del campanario como si fuera la guía del vendaval que viene cargado de nubes con ganas de primavera me lleva lejos por otro camino cualquiera
Perdido aquí en …
A veces me paro camino de casa y miro extrañado, no se lo que pasa. No estás a mi lado cogiendo mi mano, no veo tu cara. Desapareciste, se me rompe el alma. A pesar del tiempo pasado contigo, del tiempo perdido desde que marcharas, no encuentro la calma, te extraño a diario, el corazón partido no espera a mañana. Me siento perdido. Y mirando el cielo, suspirando en llamas. En la orilla del mar cada día me llama. El amor eterno el pecho atrapaba, digo lo que siento: Sin ti no tengo nada. Buenos días Amor Amor, amor. Perdido. Cada mañana. Déjame soñar Soñar, soñar Contigo.
Maldito
Querido olor antiguo
que me llena
de amor.
Preciosa flor
que te colma
de color.
Rancio calor
que mancha así
de frescor.
Exquisito sabor
que me seduce
de dolor.
Camino sin tiempo
por una ilusión perdida
en la memoria.
Como un paseo chico
andado de puntillas
en la infancia más feliz.
Sintiendo alrededor
Clamor sanador
temor matador
Maldito amor
que te mata
de amor.