En casa desde hace muchos años, tantos que parece siempre, tenemos un ángel viviendo aquí que nos da el humor, la alegría, la vida, la pasión, una luz inimitable, la templanza, y la tranquilidad.
Es nuestro hogar.
Pero hay veces que elevamos nuestras expectativas y nuestros sueños hasta límites fuera de alcance. Entonces corremos desaforadamente en su busca, nos tropezamos y empezamos a atropellarnos, y así, a herirnos sin razón.
El aire se vicia, nos volvemos orgullosos y egoístas, angustiados por la parte de esos sueños improvisados que se nos va, y se apaga la luz.
Nos invade la tristeza y la rabia. Y un poco más tarde la tristeza, a secas.
Cuando el ángel se nos va, perdemos la alegría y este deja de ser nuestro hogar.
Todo deja de tener sentido cuando el ángel se nos va.
Y no se ha ido. Ahí está, mirando al otro lado del espejo, esperando que recoloquemos el alma y la sonrisa, que volvamos a poner unas plantas de color, y solo compitamos por amor.
Así somos. Así es nuestro Ángel