Hoy, durante todo el día, me sentí algo extraño.
Una especie de expectación, inquietud y espera sobre lo que va a venir.
Es decir, espero, pero no sé a qué, no se a quien. Y deseo que no venga nadie.
Ojalá encontrara unos ojos espejo donde sentir al mirarme. Ojalá me llegara de pronto la felicidad, o el fin. Demasiado tiempo de transición, sin crecer, sin desear, sin verdad, solo soñando sin límite en esa franja tan estrecha y frágil entre lo pasado y lo que se va a precipitar.
Hoy es uno de esos días que es fácil llorar y reír. O todo a la vez.
Algo perdido, algo nuevo, algo oscuro, cielo azul.
La cabeza me duele, presionando mis sueños y mis miedos. ¿Que más puedo perder? Y enseguida me inundo con un millón de ideas y cosas, de sitios y sobre todo de personas a las que quisiera ver crecer, hacerse plenos … solo pedia asistir.
Oler, gustar, dejarme acariciar por la brisa, sudar el esfuerzo, la conquista.
Y en un instante, darme cuenta de cuantas de esas cosas están fuera de mi alcance.
Me prohíben viajar. Tuve que cancelar de inmediato cuantos planes hacía.
Y me quedé paralizado, sentado en el suelo de mi casa, a oscuras, cabeza abajo. La rabia diluía las fuerzas. La pena deshacía las ganas. Tan cerca de la ventana por la que se colaban los ruidos fluidos de la vida, imparables. Yo aquí atado a la obediencia, cumpliendo un mandato, para mi injusto, al parecer legal. Ya definitivo.
Atravesando mi pecho por la herida, tan abierta, tan antigua, insignificante, haciendo transparente el espacio que ocupo, tan prescindible ahora … la soledad.