Cada día pasa más lento.
Lento y rápido al mismo tiempo.
Lento en presente. Rápido en pasado.
Cada día encerrado. Como poco, duermo menos. Escribo, olvido. Me aburro y sueño.
Olvido, olvido, olvido … y espero.
No espero nada, ni a nadie. Me refiero a la actitud calmada, sin expectativas, inactiva, sin futuro.
Solo espero.
Espero que pase todo, sea rápido y sin sufrimiento. Para mi, pero especialmente para mi gente.
A ellos los estoy acostumbrando poco a poco a no echarme de menos. Para conseguirlo sin discusiones ni traumas, estoy quedándome continuamente al margen de todo. Evitó los enfrentamientos, la omnipresencia de antes ya no tiene sentido.
Y sobre todo el silencio. A él me someto. A él les someto. Sin ninguna interacción, sin traslado de preocupaciones, ni visitas al médico, ni carencias.
Sin embargo, si me la piden, sigo dándoles opinión. Quizás me crea que eso si les puede ayudar en algo. Pero, ahora que lo escribo, sinceramente creo que no.
He iniciado, suave y lento, el último tramo de mi sendero, este que me tocó. Y, para mi gusto, está yendo demasiado despacio, y se me está haciendo eterno.
Este año, alguno de ellos, me animan a hacer sitio en la casa, a desprenderme de todo lo viejo, lo inútil, todo obsoleto.
Acepto a regañadientes. No se dan cuenta de que eso soy yo. Esas “cosas”, libros y recuerdos, inútiles y obsoletos.
Luego de pensarlo un momento, me di cuenta de que viví demasiado y guardé todo un universo.
Voy a hacerles caso, con dolor de mi alma, que pierdo a pedazos con cada cosa que deshecho.
Todo tiene valor para mi, únicamente para mi, eso es cierto.
Por eso voy a ponerme a ello, a sacar poco a poco cada chisme, para despedirme de cada uno de ellos, y hacer sitio en la casa. Así les adelanto esta faena que seguro deberán hacerla, llegado el momento.
Y luego, cuando termine esta última misión, nada. Eso es con lo que me quedo. Como la memoria, que se me va haciendo un desierto.