Durante un tiempo, donde voy cultivando mi paciencia infinita, también voy llenando el depósito del control. Ese con el que atempero mis emociones inexpresadas, y me mantiene inerte en un espacio inmóvil.
Pero no soy así. No aprendí a ser tan extremadamente mesurado. Sólo aprendí a respirar hondo y disimularlo.
Con la certeza de estar lleno, presiento que aumenta la presión de mantener ese maldito control, y aparece el cansancio.
El cansancio y la necesidad de escapar, dejar explotar los nervios, descansar en mi zona de confort, respirar bien fuerte y hondo, encontrarme a solas conmigo, y volver a empezar esta cuenta atrás tediosa, de reposo absoluto que me han impuesto para sanar.
Para sanar.
Agotado.