Cuento Sultana de Istanbul
Volveré de inmediato, en cuanto mis heridas me permitan viajar.
Os he de confesar que no me encuentro seguro entre estos.
La gran victoria de la que hablas fue muy complicada por pequeñas traiciones y decisiones controvertidas que me dejaron a solas con un puñado de hombres defendiendo la atalaya.
Entonces no me di cuenta. Pero ahora, con calma, veo que grandes triunfos sobre el enemigo despiertan un enemigo aún mayor entre tus filas. Y es la envidia.
Algunos de los que me animaban encarecidamente al combate, esperaban ansiosos el desastre. Y una vez volví victorioso, descubro con rabia sus maniobras.
Declaran guerras que no libran, te empujan a batallas que no pelean, donde mueren gente de bien sin saber porqué les aplastan de esa manera tan cruel. Vi morir a mi lado amigos y gente buena. Muertes inútiles que en mi alma se quedan.
Son gente poderosa, que se mueven bien medrando en la voluntades y maniobrando la política, arma más peligrosa que la espada, porque la alimenta la ambición y el poder.
Si pudiera contar con vuestra ayuda, os ruego rechaceis en mi nombre homenajes y festejos. No deseo ninguna fiesta.
Escusaros en mi mala salud, y esperemos a que amanezca.
Yo llegaré a recogeros por la puerta oscura de la muralla.
Actuad por favor con cautela.