Me encontré de frente con un muro.
No era la primera vez, pero antes siempre escalaba para saltar y seguir con mi camino. Al menos lo intentaba.
Esta vez me quedé parado frente a él, mirando. Sin hacer nada, exhausto.
Estuve dibujando sobre el, para ver si desaparecía. O quizás para sentir que se abría un paso y me dejaría continuar.
Pero no. Ahí estaba el muro plantado. Plantado ante mi, sin ruido, sin moverse.
Yo también plantado ante él, sin moverme.
Y me dormí.
¿Que pensará esta mole gigante para mi tamaño que hago aquí frente a frente tanto tiempo?
Si es cuestión de paciencia, le echaré un poco, pero he llegado hasta aquí con la paciencia casi agotada. También justo de fuerzas. Y en consecuencia alterado, cansado e impaciente.
He recorrido muchos caminos, en bajada, en llano, rápidos y lentos. He salido de laberintos y encrucijadas. A veces también anduve en barbecho. Me encontré con situaciones de muchísima dificultad, con senderos empinados que había que atacar, siempre adelante, sin parar.
Hasta que me tope con mi muro. Todos tenemos uno, y el mío lo tengo ahora frente a mi.
No tiene porque ser grande. Ni siquiera de piedra o de cal. Puede ser una circunstancia, una situación inesperada. Solo que este no lo vas a superar.
Es un “hasta aquí hemos llegado”
Creo que quizás aún podía intentar superarlo, pero no tengo el ánimo, ni el deseo, ni la curiosidad. Es que realmente quiero quedarme aquí, frente a mi muro. Y no dar ningún un paso más.
Me arrodillé cómodamente delante para observarlo. Luego me senté con las piernas recogidas en cuclillas a descubrirlo. Porque este era Mi Muro.
Cuando pasas algún tiempo mirando cambia de color, de oscuro a brillante. Se convierte en un espejo donde te ves caminando en el pasado. Reconoces a personas queridas y a situaciones pasadas. Todo está ahí enfrente.
Ya no tengo dudas, ni fuerzas, ni ganas de moverme.
Todos tenemos nuestro muro. Lo encuentras antes o después. Este es mi muro. Lo encontré. Hasta aquí llegué.