
Vivo en un pozo, que escalo con esfuerzo. Pero al mínimo descuido, caigo en picado. Siento, a veces, que salgo, que tengo una vida tranquila.
Pero pasa el día y se vuelve todo a alterar. Mi existencia es más bien color sepia. Alguna vez se ilumina y me engaña con colores brillantes.
Luego llega la noche, atenúa y apaga los brillos y desaparecen los colores. Desaparecen los amores, y vuelve la guerra. Perdida sin duda, porque lucho contra mi.
Si gano, pierdo. Y si pierdo, lo perdí todo.
Y así fue.
Al otro lado del río, en el fuerte, vi una luz un día. Imposible de cruzar ese río caudaloso, con la corriente aumentada por las lluvias. Conozco un amigo de brazos de acero, que lo cruzó a nado.
Hoy la noche es oscura, sin luna. Solo me queda soñar.
Si alguna vez lograra cruzar, la luz ya no estaría, se habría apagado.
Una flor encontré en el camino, roja amapola. Y me quede mirándola extasiado, aprendiendo sus curvas y hasta su sombra. Sabiendo que no podía llevarla conmigo, el mayor gesto de amor era renunciar, dejarla atrás en su sitio del camino.
Y la memoria me juega malas pasadas. A veces la veo grande, hermosa, más que el sol. Y otras lloró desconsolado cuando me doy cuenta que me olvidé de ella, al otro lado.
Dos y dos no siempre son cuatro. Según cree mi hijo, podré convencerte y probarlo, … y puedo.
El día mas bonito empieza bien temprano. Da igual si amanece lluvia o despejado. Ayer me perdí en el laberinto que en mi cabeza había trazado. Enciéndeme la luz, o mándame una risa, que siga su rastro, y así poder volver pronto a tu lado, amor.
