Con este calor cuesta no sumergirse en cualquier sitio, aunque sea de agua.
Río, pantano, alberca, piscina o playa. Cualquiera nos vale para bucear un rato y que se bajen los humos.
En casa, en calma, a veces echas de menos ese chapuzón sanador.
Y te enciendes sin querer pensando en varias cosas a la vez, intentando atender a dos manos, sin dar a basto.
Son cosas del calendario, que corre a favor de corriente estos días. Y aún queda la mitad por venir.
Tantas cosas por cerrar, es decir, abiertas en canal, y en la certeza de que no llegarás a todas. No me alcanzará para casi ninguno.
En otros tiempos, estos eran días felices para disfrutar de la familia y los amigos. Sin duda felices. Ahora, sin embargo, la angustia de no llegar, de no estar a la altura, de no poder corresponder con la generosidad que acostumbraba, me mantiene encerrado y alerta, sin asomar la cabeza ni a la ventana, deseando escapar a hurtadillas o desaparecer para evitar este sufrimiento.
Esperando en pié para dar lo que me resta, con cariño y atención, sin tener seguro si será suficiente.
A mi me gustaría ofrecer mucho más, y me duelen las manos que ahora extiendo vacías.
Pero he de entender que ya no intereso, y eso hace más fácil desaparecer.
Mientras, espero que pasen los días, con recuerdos de risas espléndidos. Espero la tristeza de las pérdidas compulsivas, y las llamadas que no llegarán nunca más.
Y es que en Julio ocurrió todo en mi vida.