Perdí las gafas.
Hoy me di cuenta, mientras repasaba todo lo que también perdí.
La ilusión y la necesidad de servir, de ser útil e importante para alguien. Alguien por quien me estremezca cuando la mire, que me motive y me necesite.
Todo lo que perdí es eso. La soledad no era para mi. Está siendo abrumadora.
En todo este tiempo no fui capaz de rehacer mi vida.
Y lo más destacado es la soledad. Estar tan solo es insoportable. Es encontrarse en el umbral de la puerta final.
Y de seguir así, lo de mañana no merece la pena pasarlo.
Me siento muy egoísta con esto. Porque están mis hijos y mis nietos; y mis padres y hermanos, algunos pocos amigos que me echaran de más o de menos. Pero cada uno de ellos tiene su vida, sus ilusiones, su futuro por delante.
Yo sin embargo, con todo el pasado por detras, sentía un vacío inmenso. Lo mío era un esfuerzo inútil y efímero, absurdo.
Alguna vez pensé que lo imprescindible era tener un propósito. Y mi sicólogo de cabecera, Cesar, peleó conmigo en las terapias con el maldito concepto. Me negaba la importancia de tener propósito. Con tanta discusión, me di cuenta que le incomodaba la sola mención del término “propósito “ Yo insistía cada vez, de forma tediosa, porque estaba empeñado en que ese era mi problema.
Pero es cierto, y quizás no elegí bien el término. No me explique bien con mis inquietudes.
Y ahí están.Tan cerca como la última puerta. Tan perdida la esperanza como las gafas.