Son las 4 de la mañana,
y el día me llama. Prende la vela.
No hay luz en la calle.
Aún quedan horas de toque de queda.
No puedo salir.
Y aquí en la cama arde.
Sin propósito decidido,
será difícil mantenerme tranquilo.
Afuera hace frío, mucho frío.
Y en mi cabeza un rio.
Recuerdos descolocados,
planes abarrotados sin sentido.
Así cada día, cada noche.
No es un reproche.
Es que no puedo hacer nada
para volver a ser un tipo ordenado.
Los controles de horario
la movilidad reducida
la actividad desactivada.
El confinamiento decidido.
La pandemia del miedo
rebeldía contenida
desastre sanitario.
La propaganda política urdida.
Y en mi cabeza solo estás tú
Amor
y emprender el camino solitario
cuesta arriba, camino abajo.
A quien haría daño
es solo un pie pequeño
y una cabeza de anciano
no pueden acabar con el sueño.
El destino está inmensamente lejos.
El chasquido de los pasos
no lo escucha nadie.
Lucho contra mí mismo.
Romper mis reglas.
Elegí las nuevas, que son ninguna.
Mira a la luna, si se deja,
y caminar sin parar.
Solo parar para seguir.
Recuerda que el placer está en el camino
pero no pierdas nunca el destino
que soñaste al salir.
Y ahora espera,
no puedes hacer nada
hasta que suene la alarma
y se apague la vela.
Estoy permanentemente en babia, donde habito.
¿La razón por la que escribo?
“… yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero mañana muero, y hoy querría aliviar mi alma.”
Edgar Allan Poe
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