Hay un cocodrilo en mi jardín.
Se ha encaprichado de los geranios. Será por sus flores rojas, o por sus hojas verdes.
Será que está enamorado de la luna que se refleja en el cristal.
O será por mi.
Llora y no se porqué. Quizás no sepa por donde empezar a comer. Si por la cabeza o por los pies.
He intentado llevarme bien con él. Aveces se queda inmóvil, como pensando, como dormido. Pero no se deja acariciar, ni acercarme deja, si no lo quiero enfadar y escuchar el chasquido de su mandíbula.
Para que estuviera más tranquilo, he empezado a darle de comer. Empecé con poco, y su apetito y su tamaño no paran de crecer. Ya no se que hacer.
Ahora me hace “ojitos”, asoma su enorme cabezota y me avisa de ser el siguiente.
Es una mala compañía.
No se quiere ir, y no se le ve feliz.
Ni a mi con él.
Y ahí lo tengo, en el jardín.