Muñecos desnudos, desordenados, sin cabellos, con la expresión fría, impertérrita, sin mirada, enfrentados unos a otros, o de cara a la pared, reunidos en el “doblado”, con las ventanas abiertas que les hace visibles junto al tejado, en silencio revelador.
Los vi en Paris. Y su recuerdo es imborrable. Algunos brazo en alto, la cabeza girada a un lado, esperando volver a la galería vestidos con la última moda que llegó al almacen.
Listos para lucir, y sin embargo, en esa habitación del tejado, atestados de compañeros, pacientes eternos, desnudos, esbeltos, parecen tan humanos.
Muñecos de quita y pon, esperando su momento de esplendor en un escaparate o en un pasillo junto al ascensor.
En ningún momento se movieron. En ningún momento desertaron, inmóviles, paralizados.