La nueva norma obligatoria que consiste en llevar puesta continuamente la mascarilla fuera de casa, en realidad supone para mi no salir de casa.
Los paseos caminando a ritmo no los puedo hacer con la máscara puesta.
Una sensación insuperable de ahogo, de faltarme el aire, me paraliza con la mascarilla puesta.
Sudar en frío, hiperventilación y algo de mareo, con la boca abierta detrás de la máscara como un pez fuera del agua.
El daño colateral de esta norma, que parece no tiene un sólido fundamento científico, hay quien dice que es para recordarnos continuamente que el bicho sigue ahí, está siendo, al menos en mí caso, un nuevo confinamiento.
Este baile de máscaras, muchas personalizadas con diseños diferentes y multitudinarios, o personalizados, todo muy creativo, no es para mi.
Dificulta la comunicación, escondiendo la cara detrás del paño y filtrando decibelios de la conversación, abriendo nuevas posibilidades de esconderse frente a tu interlocutor que no me gustan.
Siempre he preferido más transparencia, la relación directa cara a cara sin velos sugerentes ni celosías de confesionario.
Espero que la realidad quite la razón a esta norma, y los impostores sean descubiertos al caerse la máscara que ahora les oculta.
Claro que, como leía hace unos meses al profesor Miguel Lorente de la Universidad de Granada, encontraremos algunos que cuando le quitemos la venda, como al hombre invisible, detrás no hay nada.
Que no me hablen de nueva normalidad, que está nueva norma, que no es buena ni sana, no es normal. Perdone que le escriba.