En el patio del cole, en una esquina, pusieron una fuente con grifos de agua para beber o limpiarte la cara y las manos. El diseño era minimalista y muy práctico. Se trataba de un murete de ladrillo visto, que a ambas caras tenía una serie de grifos normales de cobre (ahora serían vintage), por lo menos siete y ocho por cada lado, y rematando la obra una canaleta de desagüe tapada por rejillas metálicas.
Fue, al principio, lo más parecido a unas duchas para después de gimnasia o entreno de deportes.
Y el agua buenísima: fría en invierno, caliente en verano, siempre abundante, y creo que nadie enfermó a pesar de que los grifos los chupaba todo cristo.
Hacia la fuente esprintamos trescientos sedientos desde todos los rincones del patio en el momento que sonaba el timbre del final del recreo. Se hacían colas enormes, con sus lances y empujones, pero que se resolvían con rapidez, porque había que #ponerseenfila y entrar con orden cada uno en su clase.
Eso no salía bien de primeras, y recuerdo que nos tuvieron un día entero en el patio; sonaba el timbre, corriendo a la fila, por orden de estatura, siempre en el mismo orden, entrar en clase; salir de clase al patio de nuevo; sonaba el timbre, corriendo a la fila, entrar en clase…. a la de cuatro nos dio la risa, pero nos enseñaron a entrar en orden.
Hace tiempo, mucho, que no voy por el cole, pero estaría por apostar que él murete de la fuente sigue en ese rincón del patio. Te puedes creer que el puñetero murete de los grifos es un recuerdo agradable del colegio.