En la casa del pueblo, desde el corral, a través de una puertecita pequeña de madera, teníamos acceso directo al patio de la escuela. Por allí caminábamos todos los días, de suerte que se fue haciendo una veredita de camino a la puerta. Justo detrás de la puerta, de la parte del patio de la escuela, descubrimos que si nos pegábamos bien a la tapia, mi madre no nos veía desde la casa. Ni siquiera estando arriba, en los dormitorios de la primera planta. Alguna vez, desde la ventana abierta de esos cuartos, nos echaba un vistazo, o nos llamaba; y nosotros le contestábamos agitando la mano en alto.
En una ocasión, un día de fin de semana, que mis padres aprovechaban para dormir un ratito más, mis hermanos y yo, al mando del más pequeño (ciclista y matador de hormigas, como sabéis) nos despertamos muy temprano y, procurando no hacer ruido, salimos sin avisar a nadie, cruzamos el corral por la veredita, y pasamos al patio de la escuela, bien pegaditos a la tapia, escondidos. Mi madre despertó al poco y nos buscó desesperada por toda la casa. Mientras, nosotros aguantamos agazapados detrás de la tapia. No mucho tiempo, porque aquella aventura nos aburrió pronto, estábamos sin desayunar y decidimos volver, todavía en pijama, corriendo de vuelta a casa. Al vernos mi madre nos dio un abrazo breve y nos envió cada uno a su silla del rincon – “ahí quieto, sin moverte” –
En unas Navidades, los Reyes Magos lo bordaron: nos trajeron un muñeco, un balón de reglamento (de fútbol) y una bicicleta para compartir. Somos cinco niños y una niña. Descontados los dos pequeños, que no llegaban a los pedales, aún quedábamos tres o cuatro para hacer turnos con la bici. Y se nos ocurrió una prueba de habilidad: en el patio habia una pequeña rampita hacia abajo, en dirección a la tapia. La prueba consistía en pedalear cuesta abajo, a toda pastilla, y frenar lo más cerca posible de la pared encalada. Y a ello nos pusimos mis hermanos y yo, por turnos, pedaleando contra la pared. Hubo heridos, pero sin importancia. Y a la bici le doblamos el eje delantero. La dejamos un poquito “chata” diríamos.
Menuda tarde emocionante de Reyes en el 32 de la calle de las Mercedes. Fue por siempre una FELIZ NAVIDAD.
Ahora que lo pienso, he tenido más tardes con colisiones con otras tapias. Algunas en moto, en coche marcha atrás … Le preguntaré al psiquiatra, por si me lo tengo que hacer ver. Lo de la tapia, digo.