Creo que entraste por mi ángulo muerto. No te vi llegar estando de espaldas. Este mundo ya no es de los nuestros. Y cuando me curan, no se de qué hablan.
Soy el desierto. Todo lo que tengo cabe en nada. Ando en el espacio que dejastes abierto. Y ahora que te miro frente a frente, me haces feliz, por cierto.
Aferrados a una vida que no es vida. A un camino angosto, empedrado, cuesta arriba. A un horizonte, ya cercano, sin fuerzas ninguna para alcanzarlo. A punto de rendirse, y sin embargo ... Aferrados a una vida que ya no es.
Soy Feliz, y no me he dado cuenta. Siempre tiene que venir la Navidad y ponerme el reloj del alma en modo visión de cerca. Y contarme las historias guardadas en la memoria, esa que tengo a medias perdida. Soy FELIZ porque tuve una infancia feliz, rodeado de hermanos a 360, de todas las edades y congruencias, que de todo eramos y estábamos en esa época. Navidades cristianas y republicanas, según crecíamos y entendíamos que la vida nos pertenecía, y la vivíamos con vehemencia. Rodeados de hermanos, primos, amigos y querencias de todas las confesiones y pensamientos, sin estridencias. Felices los cuatro, los seis, los ocho y los setenta. De tardes de domingo encerrados en el cuarto de Claudio, sin Claudio, en seis metros y sesenta, al menos doce o más, para escuchar la música y aprender las letras para cantar. De morcillas en la cocina del bar Nuevo, sentados a la mesa; de vermut casero y altramuces en Los Canecos; de cafés en el bar de la casa de la Guardia Civil, jugándonos el tipo (si ellos supieran…); en El Pichi, de Campeón y pepinillos para todos, y eramos muchos; de cervezas y mosto blanco en el Casino; de ensayos con Los Tramp de J Luis Tristancho, de Rafa, Nachete y Nacho Campillo, en la buhardilla de ese caserón de la calle del Obispo… De las luces de calle Larios, de los jueves de cañas, de los paseos de tu mano, … La Navidad de los míos, que nunca se fueron, de los que se me fueron, de los que volvieron, y nunca olvidé. De los que encontré, y son un descubrimiento. Navidades de amor. Y recordándolos apareció el cocido de garbanzos extremeño, con sus aromas a morcilla y chorizo, a pollo, jarrete y pimentón. Que me los trae a todos cada diciembre, y me hace Feliz. Feliz Navidad
En este momento que nada queda del pasado y el futuro se abre delante, lucho por ser feliz, y solo me queda olvidar.
Ejercicio doloroso y fantástico, el de desprenderme del orgullo, la competitividad, la suficiencia, la seguridad, el poder, el dinero, la influencia… Y me queda algo de nostalgia, a flor de piel los sentimientos, y la soledad.
Sequé mi ambición en un pozo de realidad, físicamente limitado.
Cambié eternidad por un amor eterno, con media pensión a medias, salud vigilada, risas y lagrimas fáciles, y abrazos generosos. Mi paraíso.
Ya no sirvo para tanto, pero valgo un tesoro para mí. Y lo que tengo lo doy, sin dudarlo.
He pasado de sujetar TODO con fuerza en mis manos, a poner mis manos a la espalda, atadas.
La soledad acompañada, rodeado de gente que me quiere, y que me mira con curiosidad. Aún presiento algún comentario en voz baja de «ya no es lo que era», en la duda de ¿Que hace este hombre?
Ahora me arriesgo a cruzar los pasos de peatones en mitad del tráfico enloquecido, que con urgencia, no respeta al de a pié. Solo levantó la cabeza para ver el horizonte encendido al amanecer, y las puestas de sol enrojecidas. O para buscar la luna nueva, que la luna llena me viene sola.
Y convertido en payaso, todo empieza «para hacer tu risa estallar»
Hoy toca viajar, recorrer la distancia al revés. Ojalá pudiera volver, que ya te extraño.
Sensibilidad es la nueva fuerza que me empuja, y me quema.