Opinión.- El orgullo del esclavo

El orgullo del esclavo lo libera con esfuerzo de sus ataduras

La primera vez que vi la mirada de orgullo y rabia, sabía que esa mirada lo salvaría. Contenía toda la fuerza que lo enfrentaba a quien pretendía someterlo.
Buscando canalizarla a su justa rebelión, no paraba de soñar qué sería de su vida libre; volver a decidir, a luchar que hacer y con quien, sin dueño.

Ya le quedaban meses apenas para conseguir “sus papeles”, pero la ausencia de sus seres queridos y el recuerdo vivo cada instante, la impaciencia de ver tan cercano el final lo turbaba, lo enloquecía.
Y le hacia dudar ¿porque esperar a ese día exacto? ¿Porque no intentar adelantar la fecha, huir despavorido hacia el nuevo tiempo? Ya había hecho los méritos. Incluso más. Ya había arriesgado cruzando el mar desconocido. Ya había acallado sus ímpetus iniciales, su violencia ante esta situación injusta, aceptando que era la manera de avanzar, de salir del pozo donde se encontraba en una tesitura sin salida, y buscar una esperanza para su familia.

Y ahora, tan nervioso, tanta impaciencia ¿porque? Si estamos ya casi al final, después de años, lloraba desconsolado y confundido.
Esa cercanía tan premonitoria al final del camino, con el objetivo tan cerca, hacían muchísimo más duros estos últimos días.

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A punto de rendirse, de negarse al sometimiento, al respeto, esa muralla que separa a los esclavos de los libres.

En el siglo veintiuno sigue habiendo esclavos. Ahora se llaman emigrantes ilegales en el primer mundo. Los sin_papeles deben someterse a trabajos ingratos, infravalorados, infraretribuidos, sin seguro médico, en jornadas interminables sin rechistar, para asegurarse la subsistencia y quizás poder enviar pequeñas cantidades a sus familias en su país de origen, que allí se convierten, por la magia del cambio de moneda, en maná imprescindible.

Los emigrantes ilegales, llegan impresionados por el nivel de vida y se dan de bruces con crudeza ante la realidad que les espera, donde no pueden acceder al trabajo, a la vivienda ni a la sanidad. Y así aceptan la propuesta ilegal y abusiva de un patrón que les contrata verbalmente y sin garantías, sometidos con miedo a la denuncia a inmigración.
La mayoría de las veces, el viaje es sin retorno.
Así sufren desarraigo y soledad. Y añoranza de su papá, su
mamá, sus hermanos o sus hijos, que reciben las remesas, y a los que engañan piadosamente diciéndoles que todo va bien, y que este sitio “es de colores”.

Alguna vez, hastiados, se rebelan con violencia o se refugian en el alcohol y ruidosas fiestas.
Allí ves sus miradas de rebeldía y orgullo.
Esa mirada de orgullo que no es, sino dignidad.
No hay que mirar a otro lado. Hay que sostener esa mirada y ayudar.

El delito no solo lo comete el inmigrante ilegal, también el patrono que lo contrata y lo somete a condiciones de trabajo ilegales.

La esclavitud está abolida desde el 9 de marzo de 1927 con una Convención que termina oficialmente con la esclavitud y crea un mecanismo internacional para perseguir a quienes la practican. La ONU, como heredera de la Sociedad de las Naciones, asume sus compromisos y vela por su cumplimiento.

La esclavitud es la condición por la que una persona está sometida a otra, perdiendo su libertad. Así, el esclavista toma posesión del esclavo, pudiendo disponer de su destino.

En la actualidad aún existen demasiadas formas de esclavitud camufladas con eufemismos, pero con las mismas consecuencias.

Perdone que les escriba.

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