El día comienza a oscuras, de madrugada. La verdad es que comenzó ayer, cuando planeaba esta locura.
Todo lo tengo ya preparado, menos las dudas. Es una sorpresa. Nada sabe de que pretendo aparecer en la puerta, como caído del cielo, como la lluvia. Y es tan intensa, que quizás no se abra.
Si esto ocurriera, todo lo habría hecho por nada.
A un paso, más cerca que nunca. Y la puerta cerrada.
Lo fantástico es siempre el viaje. Los preparativos, los nervios de salida, el trayecto hasta llegar, los pensamientos bulliciosos, calmar las expectativas, conducir sin alcances ni desvaríos, disfrutar. Todo esto y más, sin duda.
Pero tener un motivo es el motor de arranque, es el color del viaje. Por cierto, este es de color blanco, el preferido de las rosas, que he de conseguir antes de llegar. Sería todo un detalle, de esos que curan el alma.
Estoy contento y me siento feliz. Nervioso y excitado con tanto trajín. Pero ahora debo dormir otro rato y descansar. Me espera otro viaje soñado. A soñar.
Y contarnos con café qué más tienes y qué más quieres, aunque sean dos los cafés, porque con uno no llegue.
A un paso de tener ese ratito dulce o cruel.
A un solo paso de volver sin ese encuentro de miradas.
A un paso de estar frente a la puerta, y no poder. (puerta 8, RSP).
De pronto he salido pitando, como el niño que han pillado intentando entrar a hurtadillas en la biblioteca.
Y después de recorrer la casa grande, se ha metido en la despensa de la cocina, a oscuras, y se ha puesto una olla grande en la cabeza para que no le vean enrojecido de la vergüenza, apoyado en la tinaja.
Pero es verdad. En la biblioteca no dejan entrar a los de mi edad. Y yo estoy como loco por volver a ojear las páginas de un libro pequeño de tapas rojas, que cuenta una historia de amor eterno. Y que leí hasta el final. Y quería resucitar.