En una ciudad histórica, grande y señorial, de la raya, pegadito a Portugal, a este lado del rio Guadiana, la génesis y la herencia vital me cuenta al oído, en mitad del paseo, que soy biznieto de Caramelo.
Y mientras caminamos el empedrado negro y gris de un tiempo pasado, en el pueblo más bonito de España, me señala a La Magdalena, el Castillo o puente Ajuda, que lleva escrito Olivença del otro lado.
El ratito de saludos y recuerdos en Casa Fuentes, para recoger la Técula Mécula y unas figuritas de mazapán, sellan este viaje improvisado y feliz.
Los recuerdos de familia me vienen con olor y sabor del recetario de la “abuela Maria” de contenido culinario, de labores y de cómo comportarse. Y siempre pegaditos a las faldas y la conversación con mi madre y también con Engracia, Mechi, Pili y Nana, mis tías, y de Concha, la madrina.
Para volver en nada que estemos dispuestos.