Se me acaba octubre, y estaba pensando, en medio de amenazas y preavisos de nuevos confinamientos, parciales o totales, que más da, qué sorprendente es el otoño, el culpable.
A mi me seduce mucho. Y excita en mi interior el “efecto gato”. Que consiste en el deseo irrefrenable de acomodarme en tu regazo y dejar que me acaricies despacio, mientras ronroneo pausado. Es bien par ti. Quiero decir, por tu bien. Que de pequeños nos peleamos en casa por acariciar al gato. Pero ¡para mí es lo más!.
Me dejo caer relajado, mientras guiño los ojos entreabiertos, al paso de tu mano, en éxtasis.
Claro que sin renunciar nunca a mi independencia. Que esto es lo definitivo … para un rato de gato.
Y cuando culmina ese rato, de un salto, me muevo para otro lado,
¡que estás empanao! Me digo a mi mismo, mientras me alejo a esa distancia, suficientemente cerca y lejos, para escapar y que no me pierdas el contacto … visual.
Y recordando como mi madre se quejaba ¡No seas gato!