Que gusto caminar por La Habana. Disfrutar de sus calles, y mirar curioso a su gente. Quedarme perplejo embobado en sus edificios, que hacen equilibrios en el tiempo, y se mantienen en pie.
Siempre que fuí no me sentí extranjero. Todo tan reconocible, tan cercano, sacando de mi memoria tiempos antiguos de pantalón corto y chanclas. De mi infancia en un pueblo De la Vega del Guadiana. De carreras con bici, de jugar, de aprender, de vivir en la calle. De charcos, de parques con árboles inmensos, de paredes encaladas, puertas abiertas y mecedoras en el porche, al fresco, con sillas esperando una conversación. De comercios vacíos, casi; de kioscos de jugo a granel y verduras; de pequeñas gasolineras con un par de surtidores a pie de calle, en la esquina.
Y, como no, de Centro Habana, Capitolio, la Fábrica de Tabaco, Gran Teatro, la infinita Plaza de la Revolución, La Habana vieja, el Morro y el atardecer en el Malecón. Por pocos pesos le coges un cartucho al manisero, que aún quedan.
Y mi querido Yara, el gran cine de La Habana, que conozco con calma y emoción, a través del cariño de un Amigo para siempre. Y, enfrente, los helados de Coppelia, los almuerzos en el paladar, sin olvidar el Hotel Habana Libre, o el Nacional, donde tantas esperas soporté. O el Capri y el Cohiba, de relax con mi amigo y hermano de allí y de aquí, dando unos tragos.
Y de mil sitios y mil historias más que iré recordando siempre.
Pero, si me dan a elegir, siempre tendré a primera mano los largos paseos a solas, entre las calles de Vedado, recibiendo las miradas de frente, descaradas, de los paisanos que no resultaron nunca incómodas. Aguantando, claro, después la reprimenda de mi familia por el atrevimiento. Las caminatas amaneciendo en Miramar, que recorría de cabo a rabo sin fatiga, siempre observando con suma curiosidad y entusiasmo. Les pido disculpas con todo respeto por la invasión.
La charleta fácil y simpática con el coronel retirado y su vecina, en el rellano del edificio; el socorro a una familia cambiándole una rueda al carro en plena tarde_noche empapado en sudor; o el cafetito tranquilo, en casa de Angelito, mi hermano, sentado en su sillón, hasta que comentó que seguramente debajo tenía el caimán que se le escapo la otra noche de la bañera ….
Y por encima de todos, los cafés en la terraza de tía Carmita. Allí vuelvo cada vez con el corazón. Allí volvería otra vez ahora mismo, Felo.