Embrujo de calles estrechas, al fresco de la brisa en sombra. Al abrigo del viento de levante.
Decadencia que avanza a pesar de la lucha de los gaditanos, que apenas creen en ellos mismos, cansados del peso del paso del tiempo.
Y dejan de mirar la hermosura de sus trazos, entramados en la historia, buscando una salida viable para hoy y su futuro.
Los turistas, visitantes circunstanciales, admirados, recorren estos pavimentos adoquinados. Pero no pueden ser el único recurso para garantizar el futuro.
El «arte», sin morir de frío sino de pasión, la artesanía, la gastronomía y los servicios que ayuden a sostener está bellísima ciudad, serían el músculo que permitan salvar a Cádiz de si misma y de su destino decadente.
Y su gente, «carajotes», divertidos, inteligentes, apasionados, ingeniosos y orgullosos, ¡que arte! serán la sangre que repartirá la VIDA en cada plazuela, en todas las esquinas de este precioso laberinto, sin dejar caer ni una sola pared de ninguna casa, ni una sola hoja del calendario, ni una ocasión para reír con guasa.
Que un disfraz gigantesco te libere la poesía y la guitarra.
P D. No te olvides de La Habana.
Perdone que les escriba.