La cantidad de cosas que soñamos y no haremos.
La cantidad de veces que quedamos a las puertas
de un te quiero, a la orilla de los labios, a tiro de una mirada perdida, y que quedaron sin destino navegando en el infinito mar de los alientos.
Las veces que los besos sonaron y no alcanzaron su destino.
Las veces que los abrazos se deshicieron fríos en una tarde de sábado. Y las gotas de lluvia nos calaron, y nos separaron cada uno por su lado.
Y el paso de los días se hicieron pesados, alargados, esperando otro lunes de trabajo, otro tramo de camino cuesta abajo hacia un destino incierto que no quisiste.
Depende ti, solo de ti cambiar de rumbo. Nada parece fácil, aveces ni adecuado. Pero mirar a otro lado es la mejor de las ideas.
Mejor sonreír por nada, alegrar la mirada con una hoja voladora de otoño, que abandonó su rama del árbol y se encamina calle abajo hacia la esquina que le oculta la vista de la siguiente calle. Como un niño dando saltos en la orilla persigue con la mirada otra hoja que calló al río y viaja nadando aguas abajo hasta perderse.
El amor es esquivo y efímero. Pero también intenso y dulce. No renuncies a amar. Que él corazón calcinado y gris no es corazón sino la sombra de lo que fue el motor de tu alegría, el disparo de salida de tu imaginación y de la felicidad.
Dibuja trazos de colores, flores, cisnes enormes que recorran el estanque en primavera.
Deja el otoño rojo y ocre abrigado en una bufanda de lana oscura que tejieron para ti los que te quieren.











