Soy Feliz, y no me he dado cuenta.
Siempre tiene que venir la Navidad y ponerme el reloj del alma en modo visión de cerca. Y contarme las historias guardadas en la memoria, esa que tengo a medias perdida.
Soy FELIZ porque tuve una infancia feliz, rodeado de hermanos a 360, de todas las edades y congruencias, que de todo eramos y estábamos en esa época.
Navidades cristianas y republicanas, según crecíamos y entendíamos que la vida nos pertenecía, y la vivíamos con vehemencia. Rodeados de hermanos, primos, amigos y querencias de todas las confesiones y pensamientos, sin estridencias. Felices los cuatro, los seis, los ocho y los setenta.
De tardes de domingo encerrados en el cuarto de Claudio, sin Claudio, en seis metros y sesenta, al menos doce o más, para escuchar la música y aprender las letras para cantar.
De morcillas en la cocina del bar Nuevo, sentados a la mesa; de vermut casero y altramuces en Los Canecos; de cafés en el bar de la casa de la Guardia Civil, jugándonos el tipo (si ellos supieran…); en El Pichi, de Campeón y pepinillos para todos, y eramos muchos; de cervezas y mosto blanco en el Casino; de ensayos con Los Tramp de J Luis Tristancho, de Rafa, Nachete y Nacho Campillo, en la buhardilla de ese caserón de la calle del Obispo…
De las luces de calle Larios, de los jueves de cañas, de los paseos de tu mano, …
La Navidad de los míos, que nunca se fueron, de los que se me fueron, de los que volvieron, y nunca olvidé. De los que encontré, y son un descubrimiento.
Navidades de amor.
Y recordándolos apareció el cocido de garbanzos extremeño, con sus aromas a morcilla y chorizo, a pollo, jarrete y pimentón. Que me los trae a todos cada diciembre, y me hace Feliz.
Feliz Navidad