Cuando desde pequeño, desde muy pequeño, te han regalado un portentoso abrazo, tierno, enorme, consistente y entregado, nunca piensas que tú vida va a prescindir de ese regalo.
En ese abrazo, enorme cuando niño, caben consuelos, felicitaciones, reproches con propósito de enmienda, perdón y ánimos. Cuando das el estirón, los brazos se alargan, y los suyos ya no te abarcan como antes. Pero la magia de ese abrazo es que el corazón te llega igual. Y ese instante reconforta y engancha con el regalo de siempre de abrazar.
Nunca hubo prisas ni urgencias en ese abrazo. Siempre duraba igual.
Pero la vida va pasando. Vas recibiendo abrazos, y más abrazos, sin darte cuenta que, en algún momento, llegará el último.
Incluso puede que lo hayas recibido ya, sin saber que era su último abrazo.
Y ahora, huérfano de tí, me quedé sin tu regalo, inolvidable abrazo.
Por todo el tiempo que nos queda por disfrutar. Gracias por tu vida, papá .