Pues, con todo este asunto del año 2020 rematado con la pandemia, y siguiendo nuestra costumbre ancestral bien arraigada, no puedo evitar el abrazo.
Aunque lo únicos abrazos que ahora doy son a mi almohada.
Su nombre proviene del árabe andalusí mujadda, añadiéndole el artículo al-,
al-mujadda, que tiene su origen del árabe mijadda: almohadón o cojín. La raíz de esta palabra es jadd que significa lado o mejilla. Así que describe el apoyar la mejilla o descansar de lado.
Yo simplemente la llamo almohada.
Y en ella apoyo a diario mi mejilla. Le tengo aprecio, por aquello del roce, que hace el cariño. Y la sé distinguir de cualquiera otra.
Pero ya le dije la otra noche, que lo mío es interés pasajero y temporal. Seguramente, cuando acabe la pandemia, si esto fuera posible, o antes quizás, la dejaré a un lado.
No es crueldad. Es que es muy simple la almohada esta.
Probablemente la eche de menos al principio, porque no puedo pasar sin abrazos. O quizás no la olvide nunca. Es lo normal.
Mis abrazos no son groseros. Ni forzados, ni intensos. Son suaves, relajados. Eso si, son duraderos.
Para mi son necesarios. Ese estrecho contacto transmite calor, fuerza, energía… es una forma de comunicarse. El mullido de mi almohada me transmite, pero poco. Ya lo dije, es muy simple.
Entonces, ando preocupado ¿Que será de los abrazos? ¿Se perderán para siempre?¿Volverán? Quizás cuando acabe la pandemia, si esto fuera posible.
O antes, tal vez.