Ayer, como algunos otros días, cogí el tren de cercanías para hacer el trayecto a casa. Me senté en el único asiento libre del vagón, uno situado frente a las ventanillas. Distraído, con la mirada perdida, viendo pasar el tiempo del trayecto, de pronto me tope con una visión: un hombre de edad, reflejado en el cristal de la ventanilla. Con la cara marcada por surcos profundos, de esos que dicen de la experiencia, con la mirada hundida, el cabello escaso, blanquecino. ¡Y las manos! Entrecruzadas, huesudas, fibrosas, de dedos largos, ligeramente arrugadas. La visión era la imagen que reconocí de mi padre. De pose serena, alargada. Y empece a comprender tantas situaciones, tantas opiniones, tantas verdades no siempre compartidas con el. Esa imagen, mi imagen reflejada, me acerco lo indecible a mi padre. Me di cuenta de que el abismo generacional sólo lo es (insalvable) cuando eres joven. Luego los márgenes de ese abismó se acercan hasta confundir sus orillas, y se solapa hasta hacerte dudar si la imagen reflejada eres tu, o tu padre (o de tu abuelo). Dicho sea con respeto.
A imagen de tus padres. 2013
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Estoy permanentemente en babia, donde habito. ¿La razón por la que escribo? “… yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero mañana muero, y hoy querría aliviar mi alma.” Edgar Allan Poe Ver todas las entradas de 21siglosofia
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