Era la “noche rusa” del Festival Málaga Clásica programaba piezas de Tchaikovsky, Shostakovich, Mussorgsky, Rimsky-Korsakov, Borodin, y el estreno mundial de Overthinking. In memorian Dmitri Shostakovich de la Ganadora del concurso de compositores María del Pilar Miralles Castillo.
El Echegaray lucia una entrada mejor que las anteriores. El público, con sus mascarillas y siguiendo las recomendaciones de las auxiliares de sala. Nos acomodamos en nuestros asientos, recelosos por la cercanía de tanta gente. “No se respeta la distancia de seguridad” comentaban algunos al personal de la sala. “Cumplimos la normativa de la JA” respondían cada vez.
Cuando se apagaron las luces para dar comienzo al concierto, aceptaron a regañadientes y cesaron las protestas.
“Tragedia y poesía “ anunciaba el cartel. Y la promesa se cumplió. En silencio atronador, escuchamos el rasgueo de los arcos y el pulso del maravilloso piano de cola, con más tragedia que poesía, aunque seguramente hay mucha poesía en contar la tragedia del holocausto con esta música sublime.
Ya en la calle, al final del concierto, repasaba las sensaciones de lo vivido.
“Se me hizo corto” comentaba una amiga. Y es que el tiempo se detiene con la música sanadora.
No estuvimos entusiastas con los aplausos de forma inmerecida, en mi opinión, como otras veces en esta sala. Quizás el nerviosismo al acomodarse en los asientos y la profusa y confusa normativa pandémica, impidió el estado de ánimo necesario para disfrutar intensamente de la excelencia musical que nos ofrecieron con maestría los intérpretes.
Pero LA MÚSICA es terapéutica, y mañana volveré, atendiendo a la invitación que Jesus Reina nos hacía en la despedida desde él escenario.
Ya en casa recibía un breve audio de Jesus, y de fondo el chorro de voz del pequeño Lucas. Pero esa es otra generación.